Una actividad tan básica como masticar chicle es una alternativa al tabaco, a mucha gente le relaja, y no son adictivos ni malos para la salud. Sin embargo hay un país que lo prohibió hace décadas y quienes lo consumen corren riesgo hasta de pasar tiempo en la cárcel.
Singapur es el protagonista de esta particular historia. El Ministerio del Medio Ambiente (ENV), en 1992, tomó esta llamativa decisión y emitió un comunicado en el que explicó que este producto estaba afectando al sistema de trenes, luego de que una goma de mascar quedó atrapada entre las puertas de los vagones, provocando interrupciones en el servicio.
Además, otro de los puntos en los que se basaron para evitar su consumo es que la basura de chicle causaba problemas en la limpieza de calles. De igual manera, luego de la prohibición, se dieron algunas excepciones. En marzo de 2004, se levantó y permitieron la venta de chicles dentales y de nicotina por un tratado de libre comercio con Estados Unidos.
Luego de la medida, el Gobierno comenzó a imponer fuertes multas. Primero a quienes los vendían (entre 7.000 y 70.000 euros) y luego a los consumidores o a quienes sean descubiertos masticando en las calles (entre 340 y 700 euros).
Sin embargo, si se repite la infracción, la sanción puede alcanzar los 14.000 euros, nada más y nada menos. Además, los infractores pueden enfrentarse hasta dos años de prisión. Esto, además, es una de las razones por las que Singapur es uno de los países más limpios del mundo y por eso, seguramente, la prohibición no será levantada.