Lucía Rivera estuvo rodeada por la fama y la popularidad prácticamente desde que nació. La hija de Blanca Romero y Cayetano Rivera, quien la adoptó cuando tenía 3 años tras casarse con la modelo asturiana en el año 2001, publicó un libro en el que anunció que padeció un importante calvario físico y psicológico con sus dos exparejas.
En la actualidad, la hija de Blanca Romero es una de las modelos que más proyección tiene en todo el mundo. Ella fue pareja de Marc Márquez, el piloto español multicampeón del MotoGP, por ejemplo y en su libro 'Nada es lo que parece' comentó por qué no tuvo una vida fácil, pese a que apenas tiene 24 años.
En varios capítulos titulados 'Miedo', 'Acoso', 'Bullying', 'Vicios', 'Fama', 'Reconstrucción' y 'Luz', Lucía reveló que "en este libro he vaciado una mochila que pesaba toneladas". A lo largo de las páginas relató en primera persona y con una sinceridad pocas veces vista los motivos por lo que su vida fue dura desde el principio. Ella, en su nacimiento, llegó al mundo con dos fémures rotos, a los pocos meses padeció un paro cardíaco y a nivel social nunca sintió que encajara en algún sitio.
Según contó, el primero joven del que se enamoró no la dejaba salir con amigas, le controlaba el teléfono y cómo se vestía. "A medida que intentaba liberarme de esas cadenas, él las apretaba más. Se presentaba en la puerta de mi casa, aparecía gritando, buscaba a hombres dentro del armario pensando que le estaba engañando y me gritaba hasta que le daba el móvil y le dejaba revisarlo", relató Lucía Rivera en su libro.
Este abuso, del tipo psicológico, se transformó en uno físico en su segunda relación. "Ahora que me paro a pensarlo, reconozco que fui la víctima perfecta, casi hecha a medida, una niña con muchos abusos interiorizados, los celos posesivos, los insultos y los refuerzos intermitentes", narra el libro.
"La primera vez ni siquiera la recuerdo bien, porque fueron muchas, cada vez más. Siempre lo excusaba achacándolo a que estaba drogado y entendí que esa era una manera 'normal' de relacionarse, que yo sería capaz de hacerle cambiar, que la culpable era yo... Pero las peleas aumentaban de mes en mes, ya no solo con él, sino con todo mi entorno. Sus infidelidades, que no fueron pocas, consiguieron hacerme cada vez más pequeña y me llenaban de ira. Siempre defendí a Aitor a capa y espada. No sé por qué, pero aseguro que sentía verdadera admiración por él. Recuerdo sus ojos, fuera de sus órbitas, ensangrentados con rabia, y el ceño fruncido mirándome fijamente mientras exclamaba todo tipo de amenazas y me agarraba el cuello contra la pared. Sentía una especie de muerte dentro de mí, tenía moratones hasta en las orejas, y no, nunca se me pasó por la cabeza tomar medidas legales", reveló Lucía Rivera y admitió que no lo denunció "por miedo a las consecuencias que podría pagar yo".
"Aprender a amar en ese contexto acaba contigo. Nadie te da ninguna lección hasta que lo vives. Es jodidamente complicado recuperarte. Pero solamente salir de ahí te devuelve la vida que el maltratador te ha robado. Es como abrir por fin un baúl en el que estabas encerrada a cal y canto y con alguien encima que hacía resistencia. Es salir dando una patada fuerte y cogiendo todo el aire que te faltaba", escribió en su libro Rivera sobre los abusos psicológicos y físicos que sufrió.