Uno de los escritores más importantes de la historia de la lengua española, Jorge Luis Borges, decía que la historia cada tanto se repite y tropieza consigo misma. Esta circularidad del tiempo fue percibida por los fanáticos de dos de los artistas más importantes de la historia de México: Diego Rivera y Frida Kahlo.
A finales del año pasado, el coleccionista y fundador del museo Malba, de Buenos Aires, Eduardo Costantini, adquirió por US$ 34,8 millones el autorretrato "Diego y yo", de Frida Khalo. Esta subasta cuadriplicó el máximo histórico de la propia artista mexicana, de US$ 8 millones, que se logró en 2016; pero principalmente agregó un nuevo episodio a la historia de pujas entre Diego Rivera y su esposa.
Gracias a ese récord, la pintora mexicana le quitó el puesto a su marido en el podio del artista latinoamericano más cotizado, cuya obra "Los Rivales", en 2.018 había alcanzado los US$ 10 millones. Más de medio siglo después del fallecimiento de ambos, el arte consiguió lo que Frida Kahlo no pudo hacer en vida: la emancipación de su marido, de quien dependió económicamente para el sustento y costeo de su frágil cuerpo.
A lo largo del siglo pasado, la historia de amor de Frida y Diego tuvo equitativas dosis de tormento y pasión. Dos veces se casaron, una vez se divorciaron; siempre se dieron permiso para relaciones extramaritales. A pesar de ello, posiblemente la mayor prueba de lealtad que se profesaron se produjo mientras estaban divorciados y así lo prueban las cartas que intercambiaron en sus estadías en México, Nueva York y París.
Hace seis años, la Casa Estudio de Frida y Diego, en la Ciudad de México, en la exhibición "Correspondencias", incluyó las que Diego Rivera enviaba a sus dos grandes musas: Dolores del Río y María Félix. "Te quiero más que a mí misma y no sé ni qué hacer sin ti, hasta que no ahueque el ala te querré”, le escribió también en 1.940 Frida a su exmarido.
Ese mismo año, él le escribió a ella: “Queda usted autorizada para sacar de mi casa los objetos que juzgue necesario y para depositarlos en donde le parezca más conveniente”, le avisa, y le aclara que su disposición “no reconoce ninguna limitación”. Posiblemente en ese desapego de Rivera está la clave de su amor imperecedero por Frida. Pero principalmente en la preocupación del muralista por su ex esposa sabiendo de que de él dependía para sobrevivir en su accidentado cuerpo.