Después de que los principales inconvenientes de Boris Johnson parecían haber sido superados con encubrimientos, el mandato como Primer Ministro de Gran Bretaña ha llegado a su final. No es que alguna vez haya engañado a alguien sobre quién era en realidad porque históricamente fue descrito una y otra vez como mentiroso, irresponsable, temerario y falto de cualquier filosofía coherente que no sea adquirir y aferrarse al poder.
“Durante 30 años, la gente ha sabido que Boris Johnson miente”, dijo hace un tiempo el escritor y académico Rory Stewart, exintegrante conservador del Parlamento de Gran Bretaña. “Probablemente sea el mejor mentiroso que hayamos tenido como primer ministro. Conoce cien formas distintas de mentir”.
A lo largo de los años, su gobierno soportó escándalo tras escándalo que tuvieron como origen el propio comportamiento del Primer Ministro. Una vez, fue reprendido por el asesor de ética del gobierno después de que un donante conservador adinerado contribuyera con decenas de miles de libras para ayudarlo a renovar su apartamento.
En otra oportunidad, Boris Johnson conversó a través de mensajes de texto privados con un rico hombre de negocios británico sobre su plan para fabricar ventiladores en los primeros días de la pandemia de coronavirus, lo que planteó serias dudas sobre su gestión.
Por último, en el final de su mandato en Gran Bretaña se produjo una acumulación casi ridícula de revelaciones vergonzosas sobre la frecuencia con la que los ayudantes de Johnson (y, a veces él mismo) asistieron a fiestas alcohólicas durante los peores días del confinamiento por COVID-19, violando las reglas sanitarias que ellos mismos habían impuesto en el país.