La Pascua es la celebración central del cristianismo, ?en la que se conmemora, de acuerdo con los evangelios canónicos, la resurrección de Jesucristo al tercer día después de haber sido crucificado, al igual que Navidad inicia su octava el día de Navidad y concluyendo en la Solemnidad de Santa María, Madre de Dios, la Pascua inicia su octava el Domingo de Pascua, concluyendo en la Fiesta de la Divina Misericordia.
Pero, más allá del significado religioso que tenga esta fecha, actualmente está asociada con la creación, y el posterior obsequio, de huevos de chocolate. Los mismos se consiguen de diversos tamaños, colores, sabores, con relleno o sin relleno, o incluso algunos vienen con sorpresas.
Los huevos de chocolate se deben consumir durante el Domingo de Resurección, pero no todas las personas le hacen caso a esta costumbre y los consumen incluso días antes de esta fecha. El hecho de regalar huevos de chocolate comenzó en Europa, y es una tradición de hace muchos años. En un comienzo, estos regalos no estaban relacionados con la religión, pero los católicos le dieron un especial significado en Pascuas, por lo que en Semana Santa se transformó en un elemento imprescindible.
Los huevos de chocolate tienen 3 significados: la importancia del paso del invierno a la primavera en los países europeos del hemisferio norte, la resurrección de Jesús, y la prohibición de comer carne durante los cuarenta días de Cuaresma en la religión cristiana.
Según algunos datos históricos, se cree que el origen de la tradición de comer huevos, se debe a la finalización del invierno en el hemisferio norte. Una vez que finalizaba la época invernal, y al comenzar la primavera volvían las aves desde el sur y ponían huevos, de los que los humanos se podían alimentar hasta que pudieran volver a cazar con la llegada de mejores temperaturas. Luego, durante la edad media, los huevos eran considerados carne, por lo que no se podían comer durante la Cuaresma de los católicos. Sin embargo, las gallinas seguían poniendo sus huevos durante ese lapso de cuarenta días.
Debido a estas limitaciones, los huevos se conservaban cocidos o recubiertos con una fina capa de cera, y se consumían al terminar la Cuaresma, en el día de Pascua. La finalización del duro invierno era una fiesta en sí misma, por lo que se solían regalar los huevos conservados, muchas veces decorados.