Según algunos científicos, en promedio las personas pueden aguantar 40 días sin comer; pueden pasar entre tres y cinco días sin beber a una temperatura media y sin hacer ejercicio. Por otro lado, sin aire no se pueden soportar más de dos minutos; mientras que con respecto al agua, en condiciones especiales y ambientes muy fríos hay personas han logrado sobrevivir tras diez días sin agua, pero la sobrehidratación también puede ser contraproducente.
Es bien sabido que ningún exceso es bueno y, si se consume agua en demasía podría tener un efecto no deseado en el sistema inmunitario. La sobrehidratación dejaría de ser algo benéfico para el organismo y empezaría a hacer daños en el interior. Esto tiene una enfermedad que es llamada hiponatremia y es lo más grave que le puede suceder al cuerpo por exceso de líquidos.
Según los expertos, la sal y los electrolitos del organismo quedan demasiado diluidos y los niveles quedan por debajo de lo conveniente, es decir menos de 135 milimoles por litro. El sodio mantiene el equilibrio de fluidos de las células internas y externas. La sobrehidratación es peligrosa porque afecta al cerebro y puede generar un edema que afecta al tronco encefálico, y causar una disfunción del sistema nervioso central.
Si esta baja se produce de manera súbita y podría ser fatal. La muerte por ese motivo es rara pero no imposible. La hiperhidratación puede ser generada por varios factores y beber agua en exceso puede hacer que los riñones no sean capaces de sacar a través de la orina y acaba pasando al riego sanguíneo.
Otra condición es que la retención de líquidos, que va acompañada por alguna enfermedad, perjudique el sistema inmunitario. Si eso sucede, el líquido se acumula debajo la piel, entre los tejidos que están fuera del sistema circulatorio que es el encargado de movilizar la sangre por todo el cuerpo.
Los científicos definieron que un adulto sano debe consumir entre dos y tres litros diarios de líquido en general y no únicamente agua. Lo que incluye además los líquidos que proporcionan las frutas y verduras, una sopa o el café, y también las cervezas y refrescos que se consumen en la vida diaria.